En su cuarto, a oscuras, Benedicto se preguntó por qué le dolía tanto el cuello. Desde el día anterior se había dado cuenta de esa sensación de incomodidad, pero no le había dado demasiada importancia; ahora el dolor era más o menos intenso, pero como era sólo cuando volteaba, no le daba aún la importancia suficiente. En efecto, Benedicto tenía en su mano la foto que tanto trabajo le había costado conseguir, y que era lo que ocupaba su mente: la foto de Agustina Torrecampo.
Benedicto se había esforzado mucho por obtener las atenciones de Agustina, sin éxito al parecer. Sabía que no le desagradaba a Agustina, pero no parecía gustarle tampoco. Sus amigos le decían: "Benedicto, ¿no estás exagerando? Está bien que te guste una chica, pero no es como para que trates de llamar su atención de esa manera". Su mejor amigo, Beltrán, era el único que lo apoyaba --en realidad lo que hacía era simplemente dejarlo ser, pues ya conocía cuán apasionado era.
Eran las cinco de la mañana, y Benedicto tenía planeado por fin declarar su afecto a Agustina. En cuanto tuviera un rato a solas con ella, le diría sus intenciones y esperaría la respuesta, buena o mala. La anticipación estaba acabando con su alma: "¿Dirá que sí? ¿Dirá que no? ¡Seguro dirá que no! Pero... ¿y si sí?" pensaba el pobre Benedicto. No sabía que la respuesta a su pregunta sería su perdición.
Se tomó dos horas para arreglarse y desayunar, después salió de su casa con la determinación que sólo una descarga de adrenalina (o epinefrina, según recordaba de una película) puede darte. Benedicto esperaba el momento indicado: "No sólo debo verla a solas, ¡también tenemos que tener varios minutos a solas!".
Por fin, a las 9:50 de la mañana, Benedicto logró verse a solas con Agustina, aunque él hubiera deseado que fuera mucho antes: dos horas y media de actividades aburridas hubieran sido mucho mejores sabiendo que ella le quería; claro que hubieran sido infernales sabiendo que ella no le quería, pero Benedicto de repente había tenido mucha confianza en un resultado positivo.
"Agustina, quería decirte algo", empezó Benedicto; durante nueve largos minutos vació su corazón frente a la mujer de sus sueños, mientras ella le miraba con sorpresa. Al terminar su pequeño discurso, Benedicto guardó silencio en espera de una respuesta de Agustina, apenas conteniendo las ganas de abrazarla. Por fin, Agustina le contestó a Benedicto, confesándole que ella lo había querido desde hacía algún tiempo también; esta la declaración y la respuesta animaron a la pareja a abrazarse para festejar su afecto, y ese abrazo fue el fin de Benedicto.
El dolor en su cuello, que había hecho a un lado por centrarse más en su declaración, era por un pequeño problema con las vértebras en su cuello, un problema en realidad sencillo de arreglar con el tratamiento adecuado. Sin embargo, como todos sabemos, la vida está llena de accidentes y el abrazo fue el que propició que Benedicto muriera.
Murió en los brazos de su amada, al menos. Menuda broma del destino.
***
Órale. Me gusta cómo quedó muy amateurish y chafa esta narración. Ja, ¿cuántas veces sale la palabra "Benedicto"? :P.
Lo que es andar de buenas.
EDIT: Voy a tener que revivir a Benedicto. Su nombre está chido... lo voy a usar para más historias (si hago más :P)
EDIT: Changos, me comí una oración del primer párrafo :P, le puse "y que era lo que ocupaba su mente".
5 comentarios:
No mames, Agustina tenía la fuerza de Hulk!.
Está chido. Con tantas referencias a las horas del día, parece 24 con Jack.
NOOOOOW!!!
Jajajaja NOOOW.
jajajaja 24, seeeh! inspirado? lo que hace el amor. fuck!
O.O
Es tuyo???
WoW! Me gustó mucho!!!
Jajaja se supone que sí, es mío :P
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