Imagínense a alguien de México. No tengo idea de cómo lo habrán imaginado físicamente (aunque yo diría que se lo imaginaron al menos moreno), pero una característica seguro se la atribuyeron: flexibilidad. Una de las cosas que nos distingue a los mexicanos, y hasta cierto punto a las personas de latinoamérica en general, es esa laxitud que nos permite, por decir algo, dejar las cosas para después, no enojarse o quejarse por alguna irregularidad en algún servicio, y llevársela relajada.
Dentro de nuestro país también existen ciertas variaciones (en los estereotipos): los jarochos pachangueros (y tristemente flojos), los norteños del este codos, los chilangos tan despreciados por las personas de provincia, y viceversa. Cosas así; aunque esto ya va degenerando en discriminación, y ése no es el punto de esta entrada. Tampoco estoy diciendo que eso sea bueno, o que así deba ser, sólo pongo lo que he observado (que también puede estar equivocado; cuando nuestro webmaster se digne a poner lo de los comentarios espero comentarios sobre estos estereotipos, si alguien siquiera lee esto).
Volviendo a lo de México, la laxitud también se propaga al aspecto económico. Una costumbre muy arraigada en las personas es el regateo. Aunque no lo parezca, se dan seguido los casos en los que el regateo no se da por necesidad, es decir, hay personas que tienen el dinero suficiente para comprarlo al precio al que se lo venden pero aún así regatean. Por eso digo que es una costumbre, casi de índole ritual, más que algo motivado por la necesidad (por si no he sido explícito, me refiero a una costumbre para las personas que tienen recursos suficientes para comprar el mentado producto o servicio).
El regateo trasciende todas las esferas económicas y no siempre es algo amistoso. Existen estrategias pasivas para regatear, empezando por cosas cuasi inocentes como el típico diálogo -imagínenselo con su acento predilecto-:
La playera cuesta 50 pesos.
¿50?
50 es lo menos.
¿Y si me lo llevo ahorita?
No pos...
Si el lenguaje corporal y elocuencia del tipo que quería que le bajaran al precio son buenos, lo grará su cometido. Casi siempre pasa así, creo.
Después de las conversaciones neutras se tiene una estrategia pasiva/agresiva que involucra un cohecho. Podría pensarse que suministrar más dinero va en contra del propósito fundamental del regateo. Nada más alejado de la realidad: supongamos que tenemos algún funcionario del que depende algún permiso que nos permitirá medrar, y los trámites derechos son muy caros o tardados, la 'inversión' de una cantidad nos permite ahorrar muchos más (en general) recursos que hubiéramos gastado en los famosos trámites derechos. A las personas que realizan esto generalmente no les importa si está 'bien', o 'mal', y en esta entrada a nosotros tampoco.
Por último cabe reseñar la estrategia netamente agresiva que consiste en coerciones. Existen varios métodos para 'persuadir' dentro de este contexto a alguien de que disminuya nuestros gastos, desde simples amenazas hasta muestras de cuánto deseamos ese descuento para nuestro asunto.
Viéndolo desde otro ángulo, mi flexibilidad es lo que me ha permitido entregar este escrito hasta hoy viernes a la 1:46 de la mañana. Sería más cómodo que yo mismo pudiera subir mis sandeces^H^H^H^H^H^H^H^H contribuciones a esta especie de semanario. Apúrese, webmaster. También con lo de los comentarios.
1 comentario:
Precisamente ayer meditaba acerca el ritual del regateo, cuando caminaba alegremente por un tianguis (legado de nuestros ancestros) y observaba alguien decir "¿es lo menos?". Por alguna extraña razón es un don con el que no nací, dice mi hermano que soy torpe para esas cosas (el es buenísimo, y mi mamá, no se diga. ¿Será algo que se aprende? ¿O simplemente es parte de los genes? Tal vez éste sea uno de los tantos misterios del milenio... podríamos trabar en una extensa investigación y hasta desarrollar una tesis...
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